Las plantas medicinales forman parte de los remedios caseros para cuidar nuestra salud desde el origen de los tiempos; las plantas y la sabiduría de nuestras abuelas para recogerlas, secarlas y preparar los ungüentos necesarios
Recuerda uno, de guaje, cuando se la pegaba en el corral, en la calle o plaza, e ibas lloriqueando para casa… llegaba la madre o abuela, te pegaba un salivazo de agárrate que hay curva, te frotaba la rodilla o el coscorrón, te sonaba las lágrimas y los mocos a la vez, y a por otra; había días que algunos nos la pegábamos hasta tres o cuatro veces; todo dependía de lo trasto que algunos éramos. En conclusión, que la saliva también curaba; pero si la cosa se ponía morada y demás, entonces entraban los ungüentos, pócimas, cataplasmas y todo un rosario de curaciones a base de hierbas, semillas, y vaya usted a saber. En todas las casas no faltaban estas componendas tanto para el exterior como para el interior de los cuerpos; había hierbas que servían para múltiples dolencias, desde un accidente común, una leve quemadura… hasta aquellos dolores de tripa por falta de todo… pero la necesidad de buenos alimentos era los que los producían en muchos casos. Y si hablamos de las lombrices, ni les cuento. En sitios oscuros, colgadas de aquellas puntas que sobresalían de las vigas, pues ahí en atados de hilo de la matanza, siempre había hierbas para curar males diversos; incluso también existían vírgenes y santos en postales y escapularios, que imagino protegían a los usuarios de males mayores. De las abuelas recordamos el dinero que nos daban a escondidas del abuelo y su infinita sonrisa. Siempre reían y siempre soltaban sus consejos… recuerdo que cuando las hermanas tomaban mucho café, les decía… -“El café arrebola el cutis, mejor tomad manzanilla”… Y yo me pregunto… ¿Por qué sabrán tanto de hierbas las abuelas? Imagino que será por las costumbres y por esa tradición oral de pasarse las cosas de madres a hijas. Pues de ese patrimonio oral salieron la utilidad de cientos de plantas como flores de manzanilla, hojas de roble o ajo… Todas tienen una función, ya sea terapéutica o gastronómica, y también es importante el ir a recoger todas esas hierbas, semillas… cuidarlas y darles vida propia.
Desde el inicio de la humanidad, el ser humano ha hecho uso de las plantas que le rodean para cuidar su salud. Existen papiros egipcios de más de 3.500 años de antigüedad en los que se describen más de 150 plantas de usos medicinales, y esos conocimientos fueron pasando de generación en generación familiar a través de las mujeres. En la Edad Media aniquilaron a miles de sanadoras o simplemente conocedoras de remedios naturales bajo la falsa acusación de brujas. Esa tragedia quedó grabada en el inconsciente colectivo y nos hizo delegar el cuidado de nuestra salud a entidades externas a los hogares. Explica Roy Littlesun, heredero de la tradición “hopi” y divulgador de una alimentación consciente, que “la Inquisición apartó a la mujer de la naturaleza bajo amenaza de ser quemada en el fuego, más tarde desvirtuó la alimentación, contaminó el aire y el agua… y así se debilita nuestra sangre manteniéndonos sumisos a la política en la que el dinero tiene más valor que la vida “. La mujer siempre fue la alquimista, la sacerdotisa que tenía en su cocina el laboratorio. Las cocinas eran nuestras primeras iglesias, los primeros lugares de sanación, las primeras escuelas, los primeros laboratorios de alquimia; de la alimentación nació el comercio… el grano es el primer dinero. Las plantas medicinales se han considerado dentro de la historia de la humanidad como un regalo de los dioses, y quienes tenían conocimientos para su utilización eran apreciados como seres especiales, privilegiados y respetados por sus contemporáneos.
Parece de sentido común que fuese la mujer, encargada de la recolección y manipulación de los alimentos provenientes del reino vegetal quien fuese considerada como la primera botánica. Suya era la tarea del reconocimiento y cultivo de las plantas, además de su elaboración y conservación, luego lo más lógico es que fuese ella quien iba descubriendo sus aplicaciones, a pesar de lo cual la historia no ha sido especialmente generosa a la hora de reconocer esta importante aportación de la mujer. Existen diferencias entre los diversos textos históricos sobre el origen de la curación por medio de plantas. Lo cierto es que entre los primeros pueblos que se beneficiaron con las hierbas figuran los asiáticos, como por ejemplo China. Más tarde lo hicieron los pueblos egipcios y hebreos, así como griegos y romanos. Las primeras descripciones de plantas medicinales surgen en los trabajos de Hipócrates, Teofrasto, Galeno y Celso, entre otros. En América, diversas culturas se han destacado por la utilización de hierbas medicinales. Las civilizaciones mayas y aztecas estaban muy desarrolladas en este sentido, mucho más que los europeos. Las plantas de nuestro planeta cumplen con varias funciones indispensables para la continuidad de la vida sobre la tierra. Aseguran la producción y renovación de oxígeno necesario para la vida animal; son imprescindibles para la alimentación de los seres vivos; y a su vez, contienen principios medicinales activos que muchos animales utilizan por instinto, y que el hombre ha aprendido a emplear. Dichos principios activos de las plantas se deben generalmente a una mezcla de sustancias químicas, y no a una sola sustancia. Esto no es exclusividad del ser humano, sino que lo comparte con el resto de los animales. Muestra de esto, es el asombroso comportamiento de perros y gatos, que comen pasto para aliviar sus afecciones digestivas, o el leopardo, que se revuelca sobre las hojas y flores de la caléndula para detener sus hemorragias y calmar el dolor de sus heridas causadas por peleas. Con la llegada del Renacimiento numerosos monarcas, príncipes y poderosos encargaron la construcción de fastuosos jardines anejos a sus lugares habituales de residencia. Sirva como ejemplo el jardín de Bomarzo, mandado construir por Vicino Orsini en las cercanías de Viterbo, un bosque iniciático donde la presencia de figuras mitológicas recreaban todo un significado simbólico que, aún hoy en día, es objeto del interés de numerosos estudiosos, o los jardines mandados construir por Felipe II.
La más humilde de las plantas caseras, la más utilizada en nuestra cocina y en la curación ha sido el perejil; era una de las favoritas de mi abuela. Y por el tiempo de otoño… las castañas de las brujas. Este es el fruto sagrado de la Diosa Epona, la diosa celta de los árboles y los bosques, y de alguna forma también de Tanit, la Diosa que gobierna el mundo de las sombras. La leyenda dice que comer siete castañas pasadas por fuego en los últimos días de Noviembre, atrae la energía de la tierra hacia el cuerpo y la fortaleza al alma siempre que sean en número impar. Al lado de los remedios caseros, de la aplicación tradicional de los conocimientos sobre las virtudes de las plantas y otros elementos naturales, se mantenía, en la creencia popular de nuestras gentes, otro tipo de medicina, sobrenatural o supersticiosa, para la cual muchas de las enfermedades tenían orígenes mágicos, como el “mal de ojo” o castigos divinos. Los perjudicados podían ser tanto personas como animales. Frente a estas enfermedades se habría de emplear determinados rituales o ceremonias, donde se pronunciaban ensalmos, fórmulas y palabras que condensaban una fuerza específica y se asociaban a objetos singulares para alejar las dolencias. Ciertos lugares, fechas del calendario o personas del colectivo poseían virtudes especialmente poderosas para la curación de enfermedades. Los santos sanadores, la Virgen María o Jesús eran invocados como intermediarios del poder omnipotente de Dios para recobrar la salud. Y de esta manera no queremos acabar sin pedirles que sean prudentes a la hora de usar estas hierbas, pónganse en manos de expertos… y la salud y el bolsillo se lo agradecerán.