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‘CLARABOYA’ (1963-1968)
http://www.diariodeleon.es/noticias/filandon/una-aventura-singular_827487.html
El territorio del nómada
Una aventura singular
ESTA SEMANA COINCIDE EL CINCUENTENARIO DE ‘CLARABOYA’ (1963-1968) CON EL PRIMER AÑO DE AUSENCIA DE AGUSTÍN DELGADO (1941-2012), SU CEREBRO Y CONDUCTOR. divergente
ERNESTO ESCAPA 15/09/2013 D.L.
Antes de disponer de escritores con nombre y obra reconocibles, la literatura leonesa sorteó las inclemencias de posguerra con el viático colectivo de las revistas literarias, un embozo a cuyo cobijo fueron prosperando sucesivas generaciones de poetas y narradores. La pionera fue Espadaña, que salvó el escollo de los cuarenta. Desde sus páginas pasaron a primera línea de las letras españolas el crítico Antonio González de Lama y dos poetas fieramente humanos: Victoriano Crémer y Eugenio de Nora. Veinte años después, entre 1963 y 1968, publicó sus diecinueve números Claraboya, convertida en tragaluz para el rescate de pérdidas y muestrario de novedades. Todo ello sorteando los sobresaltos de las delaciones periodísticas —la hemeroteca guarda textos acusadores de Dámaso Santos, de Crémer y, ay, del mismo González de Lama—, especialmente temibles para una revista costeada e impresa por la Diputación.
Los nombres de Claraboya son Agustín Delgado, José Antonio Llamas, Ángel Fierro y Luis Mateo Díez, que forman racimo generacional con Jesús Torbado, José María Merino, Juan Pedro Aparicio y Antonio Colinas. Aunque sólo Torbado colaboró con varios poemas en la revista. La vinculación de Merino (que había compartido antes de Claraboya las páginas de Esla con Delgado) y Aparicio fue más tardía, una vez clausurada la revista y a través de Luis Mateo Díez. Pero aquel cuarteto de seminaristas supo incorporar, junto al magisterio un tanto cansado de Lama, la experiencia de Pereira, la guía de Gamoneda y la colaboración de otros escritores locales de la generación intermedia, como Gaspar Moisés Gómez y Bernardino M. Hernando, que ejerció como director en su salida.
ETAPAS DE LA REVISTA
En su tramo de mayor interés, el pilotaje de Agustín Delgado fue dotando de vuelo intelectual a la revista, a la vez que empujaba a sus compañeros de aventura a unos jardines que acabaron sofocando durante un tiempo el aliento de su obra poética. En un sansirolé de afilada rebeldía, Agustín Delgado deslizó este epitafio de la revista: «Verdad de ser / de la verdad de ser: / séase. / Ecce, ecce, rescoldo. / Claraboya, ay, ave». Claraboya recorrió tres etapas bien marcadas. En sus primeros seis números (1963-1964), fue una publicación casi convencional, orientada, por una parte, a despejar el inútil debate entre poesía social e intimista, focalizando su interés en la generación colindante del medio siglo. En esta etapa fundacional expone su teoría poética el jesuita Eutimio Martino, profesor de Agustín Delgado en Comillas. Su propuesta de síntesis consistió en ofrecer la poesía religiosa como superación de la lírica social o formalista. A partir de ahí, los poetas de Claraboya construyen su propia teoría, que finalmente concluirá en la opción dialéctica, que se enfrenta al curso decadente de la poesía novísima. Un recorrido en el que tendrá un protagonismo creciente Agustín Delgado, bien con su nombre o a través de críticas y ensayos firmados como José Ángel Lubina. Pero la decantación de ese proceso sólo se producirá a título póstumo, tres años después de haber desaparecido la revista, en el libro Equipo Claraboya. Teoría y poemas (1971). Allí celebran su ajuste de cuentas con la irrupción novísima.
APERTURA Y CIERRE
La segunda etapa de la revista (1965-1966) se abre a la poesía del momento, tanto española como extranjera, bajo la orientación tutelar de Antonio Gamoneda, promulgando una escritura más narrativa y menos encorsetada, que incorporará referentes como Brech, los blues, el poeta turco Nazim Hikmet (que traduce del francés Gamoneda) o Luis Cernuda, cuya poesía será objeto de la tesis doctoral de Agustín Delgado. Versos de Vallejo, de Enzensberger, de Celan, las teorías de Kosik, el rechazo a la vacuiparla instalada, el contrapelo a los pupilos de Castellet o la burla del nobelizado Aleixandre (sin embargo, también colaborador de la revista) recorren su andadura. La tercera etapa (1967-1968) discurrió a través de números monográficos, dedicados a los poetas del propio grupo, a la poesía beatnik americana (en edición de Marcos Ricardo Barnatán, editor del primer libro de Agustín Delgado), a los poetas jóvenes emergentes, a la poesía gallega (en edición de Basilio Losada), al poeta del grupo José Antonio Llamas y a la joven poesía cubana.
La revista fue víctima de la primavera de Fraga. Sucedió en 1968, cuando la ciudad hizo reina de las fiestas a Mari Carmen Fraga. Para agasajar al rumboso ministro, los jerarcas de los Guzmanes no tuvieron mejor ocurrencia que enviarle a San Marcos un lote de publicaciones, que incluía desde el centenario de San Fructuoso a los últimos números de Claraboya. Evidentemente, no fue un obsequio agradecido. Los versos gallegos de Méndez Ferrín y Celso Emilio Ferreiro; la épica cubana de la revolución; las irreverencias beatniks y, de postre, el desgarro beligerante de Llamas congelaron la vigilia de Fraga. De aquel insomnio derivó la clausura de la revista